domingo, 25 de abril de 2010

Los Atributos de Dios.

 

Los Atributos de Dios.

 

Los Atributos de Dios son perfecciones que manifiestan su esencia. No difieren de ella.

Lo que son sus Atributos son Él mismo, y manifiestan algún aspecto particular y totalizante de su infinito ser, de su infinita esencia y de su inconmensurable substancia.

 

Los Atributos de Dios son la inmensidad, la omnipotencia, la bondad, la benignidad, la misericordia, la sabiduría, la veracidad, la justicia, la belleza, la simplicidad, (no compuesto por nada, espíritu puro), la unicidad, la infinitud (sin límites), la inmensidad, la inconmensurabilidad, la eternidad (sin sucesión de días ni horas, de acontecimientos, en eterno presente), la inmutabilidad (no cambia), inconmutable, inefable, la incomprensibilidad, indecible, innombrable, la singularidad, la felicidad. Además es increado, uno y único, entre otras cosas.

 

Necesidad y libertad: Tenemos que decir que Dios se ama necesariamente a sí mismo y a las cosas distintas de sí libremente, como para crear o no crear el mundo, haberlo hecho de esta manera o de otra distinta, redimirnos de esta forma o de otra.

 

La omnipotencia: Hace al Obrar divino y es un atributo de su voluntad. Dios todo lo puede.

 

De aquí se deriva la Soberanía Universal de Dios, que comprende un dominio ilimitado, tanto de jurisdicción (en todos lados) como de propiedad (en todas o de todas las cosas).

 

En la persona humana requiere la aceptación de la Divina Voluntad (hacer la Voluntad de Dios) para remarcar la armonía universal y hacer valer la omnipotencia divina benéficamente.

 

La bondad: El íntimo ser de Dios es bueno por naturaleza, y ello corresponde también a su voluntad, pero en sí mismo. Posee todas las infinitas perfecciones que le corresponden, por lo que es bueno en sí, y es bueno en relación a los demás porque es capaz de perfeccionar a otras cosas (“el bien es difusivo”, y por ello realiza la creación en el tiempo y en el espacio).

 

La santidad de Dios: Tiene Él una bondad moral esencial, apartado totalmente del pecado, de tal manera que no puede pecar. Además es Fiel, sus pensamientos y sus obras concuerdan plenamente.

 

La benignidad: La benignidad es la capacidad operante de hacer el bien a los demás.

Dios demuestra su benignidad en la infinitud de bienes espirituales y materiales que derrama sobre su creación, en particular el hombre, varón y mujer (creación, conservación, providencia, redención, santificación, resurrección), haciéndolos participar difusivamente de su bondad.

 

La belleza de Dios: Dios es infinitamente bello:

Reúne las tres perfecciones que señala Santo Tomás de Aquino en su grado máximo para que algo sea hermoso:

1) Absolutamente perfecto;

2) la proporción y consonancia de las formas está superada en su absoluta simplicidad, plena de riquezas;

3) la claridad y luminosidad está dada en que siendo espíritu simple y puro, es el ser más claro y luminoso, trascendiendo la hermosura de todas las creaturas.

 

Por ello los seres creados, son más o menos bellos en cuanto más se asemejen a la máxima hermosura y esplendor, que es Dios.

 

La misericordia: Es parte de la benignidad de Dios, en cuanto que aparta de las creaturas que se entregan a Él la miseria de las mismas, y las eleva a una elevada participación en su vida divina, según la capacidad de cada uno. Se asocian la ternura y la amabilidad supremas.

 

No cabe en Él la com-pasión (no puede padecer), sino el efecto de remediar el mal creatural.

 

La justicia: Esencialmente y en lenguaje bíblico, la justicia es la perfección de la santidad, ya vista en Dios.

Sin embargo, según la común definición, es “dar a cada uno lo que le corresponde”, en tiempo y forma.

 

La perfecta justicia distributiva de Dios radica en su misericordia para con todos, a menos que el ser racional se oponga libremente a ella.

Por ello concede gracias naturales y sobrenaturales a las creaturas y recompensa sus buenas obras.

 

La recompensa del bien y el castigo del mal no es obra sola de la justicia divina, sino también de su misericordia, ya que premia por encima de los merecimientos (“el ciento por uno”) y castiga menos de lo necesario.

 

Además, el perdón del pecado no es solo un acto de misericordia, sino también de justicia, porque está como contrapartida por parte del pecador el arrepentimiento y la penitencia.

 

La misericordia es señal del poder y majestad de Dios, ya que tiene piedad de todos porque todo lo puede, y utiliza su poder perdonando y ejerciendo la misericordia.

 

La sabiduría y conocimiento de Dios, o ciencia divina: El Señor tiene una inteligencia infinita. El primer objeto formal de su conocimiento exhaustivo y total es Él mismo.

Se autoconoce plenamente y encuentra en esta contemplación su felicidad suprema.

Secundariamente conoce todas las cosas creadas, pasadas, presentes y futuras, incluso los actos libres de los hombres que realizarán.

 

Esta sabiduría de Dios es creadora, con ella hizo todas las cosas.

Es además ordenadora, pues concede a cada cosa su finalidad y orden., haciendo que alcancen su fin.

Y además es una sabiduría que guía y gobierna todo con suavidad. A esto solemos llamarlo Divina Providencia.

 

La veracidad de Dios: Siendo la Verdad, Camino y Vida, como dice Jesús de Sí mismo, no puede engañarse ni engañarnos.

Es la Verdad absoluta, y en esto echa por tierra cualquier relativismo con relación a ella.

 

La simplicidad: Simple es lo que no es compuesto por parte alguna.

Dios es substancia o naturaleza simple, indivisible por lo tanto en parte ninguna.

No existe en él ninguna composición (de “compuesto”) ni física ni metafísica.

 

Por lo tanto Dios es espíritu puro y absolutamente simple, sin composición alguna de materia, ni de sustancia y accidente, materia y forma, naturaleza y género.

 

Dios Es. Es el que Es: Yahvé.

 

 La unicidad: Dios es único y sólo Él el Supremo. Si hubiera otros dioses, ya no sería el supremo, ni todopoderoso, y sus atributos caerían uno a uno, ya que los mismos son su esencia y se identifican con ella y entre sí.

 

La infinitud, la inmensidad, la inconmensurabilidad, lo ilimitado, lo incircunscripto, lo inabarcable: Dios es infinito. Esto quiere decir que carece de límites témporo-espaciales. Lo abarca todo por su poder de inmensidad y en todas partes está por su omnipresencia, presencia que lo abarca todo. Se encuentra en todo espacio creado.

 

Y se encuentra como causa de su existencia en todo creatura que fue hecha por Él.

Esto produce la conservación de las creaturas, que de lo contrario dejarían de existir.

 

Es inconmensurable (no admite “mensura”, medida), ilimitado, todo lo abarca.

 

Dios es infinito, carece de medida, es inconmensurable, en su inteligencia y voluntad, en su capacidad de conocer, autocontemplarse y amar operativamente.

 

La omnipresencia: Aparte de la mencionada natural y creatural, existe una omnipresencia gracial y sobrenatural, que es la inhabitación divina en el alma de los justos.

 

La eternidad de Dios: En Él no hay sucesión de acontecimientos ni de horas.

No tiene principio ni fin. Un eterno presente es su esencia permanentemente.

 

La inmutabilidad: Dios no cambia como los seres humanos: ni de ánimo, ni de pensamiento, ni de voluntad.

Su inteligencia y voluntad están ancladas en sus designios eternos, que son inmutables, incapaces de cambiar, por su perfección intrínseca.

 

Nunca pasa ni puede pasar de un estado al otro, en cualquier aspecto que se considere:

“Descansa obrando y obrando descansa” (San Agustín)

No deja de ser lo que es para ser lo que no era (cambio).

 

De allí también el término “inconmutabilidad”, en el sentido que no puede mutar, no puede mudar, cambiar, permaneciendo siempre el mismo en todo su ser.

 

La inefabilidad: Dios es inefable, en cuanto nada podemos decir de Él.

Es más, lo que decimos lo decimos por medio de analogías, semejanzas con nuestra vida creatural sumergida en el tiempo y en el espacio, y es más lo que no decimos que lo que podemos decir.

 

Esta incapacidad de expresión que dista entre lo creado y lo increado, lo denominamos “incomprensibilidad”, ya que lo que comprendemos lo hacemos con nuestra limitada capacidad de inteligir.

 

De allí también el término indecible.

¿Qué podemos decir de Él, más que por medio de comparaciones y semejanzas temporales que infinitamente distan de su realidad eterna e inconmensurable?

 

Y por eso le decimos el innombrable.

Por más que en Éxodo 3,15 se haya abajado a decirnos algo de su nombre, la mayoría de Él, que es su misma persona, ya que el nombre se identifica con la persona y la manifiesta, permanece oculto, a descubrir en una “epéctasis” (novedad) permanente en la eternidad, de luz en luz y de gloria en gloria, sin nunca saciarnos plenamente, aunque estaremos saciados, pero con capacidad de más (en esto radica lo novedoso y dinámico del cielo, y no lo estático de la eternidad que a alguno le pareciere).

 

Es increado: Se deriva de su eternidad, sin un antes ni un después, siempre existe en un eterno presente autoposeído.

 

Y su libertad se demuestra ampliamente en la creación, redención y santificación, y en su modo de realizarlas.

 

Tiene la libertad de obrar, y de decidir cómo va a obrar.

 

Contrariamente, necesariamente se quiere y ama a sí mismo, se autoposee y contempla, y en ello encuentra su felicidad suprema.

 

Y sus designios libres creacionales, redentores y santificadores, coexisten en su esencia libre desde toda la eternidad.

 

Gustavo Daniel D´Apice

Profesor de Teología

Pontificia Universidad Católica

Profesor de Filosofía y Ciencias de la Educación

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