martes, 30 de marzo de 2010

La Revisión de Vida.

¿Qué es el examen de conciencia?

Revisión de vida.

El examen de conciencia es parte de un proceso en el que examinamos nuestra vida, nuestros comportamientos, nuestras acciones, nuestros pensamientos, nuestras emociones, nuestros sentimientos, nuestra mente y nuestro corazón.

Lo bueno y lo malo.

Esta revisión abarca lo bueno y lo malo que hayamos pensado, dicho, hecho, omitido, a fin de afianzar y reafirmar lo bueno, proseguirlo y aumentarlo, y repudiar lo malo, rechazarlo, y proponernos no seguirlo realizando.

El recurso a Dios.

En el creyente, aparte de la fuerza de los sentidos y de la voluntad, está el recurso a Dios, a Jesús, al Espíritu Santo, a fin de hacer crecer lo que va bien, y desechar y desenraizar lo que va mal.

Este recurso a Dios se da leyendo la Biblia, orando en un acto de tratar de unirme a Él, intercediendo, pidiendo perdón, alabándolo y dándole gracias.

Distintos sectores del examen de conciencia.

Distintos son los campos o sectores que abarca un buen examen de conciencia, una buena revisión de nuestros pensamientos, palabras, acciones, omisiones; nuestra vida, nuestro cuerpo, nuestra mente, nuestro corazón.

Mi relación con Dios.

Lo primero que debe abarcar esta revisión es la relación personal con Dios Padre, con Jesús, mi amigo y Señor, y con el Espíritu Santo, guía e inspirador vital.

Con relación a Dios Padre, esencialmente el considerarme su hijo y comportarme filialmente como tal, obedeciendo a su Voluntad, manifestada en Jesús y susurrada en nuestro interior o a través de los acontecimientos por el Espíritu Santo.

También la confianza en su Providencia, sabiendo que ni uno solo de nuestros cabellos cae sin su permiso, y que si viste a los lirios del campo y alimenta a los pájaros del cielo, mucho más hará por nosotros, creaturas hechas a su imagen y semejanza y capaces de portar vida divina por la gracia, participación en su naturaleza de Dios.

Con referencia a Jesús, consistirá en ver si soy su amigo y hermano, si camino junto a Él, si lo tengo a mi lado durante el día y la noche, si es más importante que todas las personas y que todas las cosas, y, que en fin, lo es todo para mí.

Y con respecto al Espíritu Santo, si siento sus inspiraciones, si soy fiel a ellas, y si me dejo conducir por Él, ya que los hijos de Dios son aquellos que son conducidos por su Espíritu.

Mi relación conmigo mismo.

Esencialmente consiste en si me sé aceptar y perdonar.
Sin juzgarme, porque quién conoce lo íntimo del hombre, sino el Espíritu de Dios que está en Él, el único capaz de juzgar.

Examinando la bondad de mis pensamientos, la falta de rencor en mis emociones, el no querer más de lo que está a mi alcance, el no envidiar ni a las personas ni los bienes ajenos, el compartir libremente el amor, contrario a los celos, el cuidado de la salud y del cuerpo en sus justas y sanas dimensiones, al igual que de la psiquis, el sueño y el descanso reparador, el alimento balanceado e indispensable, etc.

Mi relación con los demás.

Esencialmente la buena relación con los que me rodean, sean familiares, amigos, vecinos, compañeros de estudio o de trabajo, etc.

Siempre una sonrisa, la amabilidad, la educación, el buen trato, el saludo cordial.
Evitar la discordia, la falsedad, la murmuración, la difamación y la calumnia.

Ni qué decir de las peleas y los enfrentamientos.

Mi relación con las cosas.

El universo que me rodea es parte de la creación de Dios y de la colaboración trabajadora y solidaria de mis hermanos los hombres, creaturas suyas también.

Es importante el cuidado ecológico de la tierra, el aire, el agua.
La naturaleza es un tesoro preciado y gratuito que está al alcance de todos y que debemos cuidar y hacer desarrollar con nuestro amor y esfuerzo muchas veces.

El reino vegetal embellece y oxigena nuestra casa planetaria, y el reino animal cumple su función vital en el cosmos existente.

Sin caer en antropomorfismos, se debe cuidar de las plantas y de los animales, y evitar la crueldad en el trato con ellos.

Mucho ayuda el cuidado del reino animal y vegetal a la sana convivencia entre los hombre, y son motivo de regocijo y distensión.

E incluso en este ámbito tiene relevancia el orden y la belleza que creo a mi alrededor.

Los frutos del examen de conciencia.

Sin duda que los frutos de la revisión vital o del examen de la mente, la memoria y el corazón, es desarrollar nuestras potencialidades, incentivando lo bueno, como se ha dicho, el querer ser mejores, no que los demás, sino con referencia a nosotros mismos, y tratar de desechar todo aquello que se interpone maliciosamente de nuestra parte en el camino de la vida.

Requiere arrepentirnos de los malo y alegrarnos de lo bueno, pedirle perdón a Dios de corazón por lo que no hemos hecho, pensado, hablado, omitido bien, y pedirle acreciente nuestros esfuerzos potenciando todo aquello que es capaz de hacernos felices a nosotros y a los demás.

El católico practicante acompañará todo esto de la confesión sacramental con el sacerdote instituida por Jesucristo, y cumplirá con la satisfacción o penitencia que éste le imponga, lo que no obsta otros medios ascéticos para quitar lo malo e incentivar lo bueno, impulsados por el Espíritu que obra en nosotros.

Siempre, hecha con sinceridad, responsabilidad y “buena conciencia”, tendrá frutos de justicia y santidad, alegría y esperanza concretas, echando fuera la desazón, la desesperanza, y la desdicha de la vida sin progreso personal, no tanto en lo material, sino en lo esencial del ser más y mejor.

Gustavo Daniel D´Apìce
Profesor de Teología
Pontificia Universidad Católica
http://es.catholic.net/gustavodnaiel
http://gustavodaniel.autorcatolico.org
http://es.netlog.com/dialogando/blog
gusdada@uolsinectis.com.ar

El laico comprometido.

El cristiano y el pecado mortal.

Ser cristiano es seguir incondicionalmente a Jesús, amarlo, imitarlo, configurarse con Él, ser su amigo entrañable.

El pecado mortal es cuando, en un acto deliberado y libre, me aparto concientemente de Jesús, y así deseo hacerlo, es voluntario.

Por lo tanto, pierdo la comunión con Él. La unión que hasta entonces tenía la rompo para seguir un camino distinto al de la configuración con Jesús.

Cuando esto sucede y me arrepiento, es decir, quiero seguir unido a Jesús, no tengo que dudar en levantarme rápidamente, pedirle perdón con mucho amor y restablecer la comunión perdida.
Para el católico practicante, esto incluye el deseo y propósito de confesar luego este alejamiento de Jesús con el sacerdote autorizado.

De todas maneras, Jesús perdona cuando uno se arrepiente, cuando tiene contrito el corazón, cuando le pesa amorosamente el haberlo ofendido.
Y ya está levantado y en gracia y, más aún, con una gracia y una unión con el Señor más profunda y más duradera que la que antes de caer había tenido.

Porque “volvió a la Casa de su Padre”, como el hijo pródigo, y el Padre misericordioso lo viste con mejores ropas que las que se había ido, y le sirve un banquete que no lo había hecho antes de su despedida.

El perdón visible y externo, desde afuera, en nombre del mismo Jesús, del sacramento de la reconciliación, no hace más que afianzar y manifestar públicamente lo que ya ha ocurrido en el corazón agraciado del penitente.

¿Se deja de ser cristiano cuando uno comete un pecado mortal?

Ahora bien, uno podría preguntarse si deja de ser cristiano al separarse así del Señor Jesús, del cual era su amigo y su hermano.

En el momento mismo del pecado grave, se pierde al amor puro por Jesús, que era lo que lo mantenía unido a Él, por la elección de algo (persona o cosa) que lo separa del Señor conciente y libremente.

Pero Jesús en el Evangelio (frase luego repetida muy a menudo y con mucho ánimo por el Papa Juan Pablo II), muchas veces, más que pedir, ordena levantarse: “-¡Levántate!”, enseguida, pronto, no te quedes más postrado ni lamentándote. No te desesperes.

Si te levantas con un corazón amorosamente entristecido, compungido, arrepentido, de tu pecado, ya estás con Él.

De todos modos, como antes decía, en el momento mismo haz perdido la comunión amorosa con Jesús. Pero puedes mantener tu fe, el creer en Él de todos modos, y la esperanza, principalmente de la Vida que Él ha venido a traerte.

Por lo tanto no dejas de ser estrictamente “cristiano”, pues no lo desconoces ni dejas de esperar en Él tal vez.

Pero has roto la comunión. Es como que a esa fe y a esa esperanza les falta vida, están como aletargadas, moribundas, han sufrido un shock que les impedirá crecer y desarrollarse.

Si vuelves a Jesús con amor, allí sí Él te levantará. Tu amor para con Él se hará más fuerte aún, tu unión con Él más potente y deleitosa, tu comunión impedirá que de Él te separes.

Y la fe volverá a ser viva, vital, aquella que por los frutos de da a conocer, y los frutos serán mayores y mejores aún.

Y la esperanza se tornará un torrente de agua viva que fluye de todo tu ser comunicando la Vida en Abundancia que Jesús te vino a traer, y que es vida eterna, que viene del Padre del Futuro siempre Nuevo, y que es Vida que cura, sana, reconcilia y libera.

Ahora sí, tu cristianismo que era casi de “nombre” por el pecado, vuelve a ponerse vigoroso, vital, lleno de impulso y entusiasmo.

Haz vuelto a ser plenamente “cristiano”, es decir, seguidor de Jesús, unido a Él en las buenas y en las malas. Hijo del Padre Dios y tu corazón está abierto a lo que el Espíritu Santo te inspire realizar.

¿Qué es un laico comprometido?

Un laico comprometido, se entiende que es un laico comprometido con Jesús.
Por lo tanto lo sigue, está a su lado, unido a Él, y, como Jesús, trata de hacer la Voluntad del Padre en el servicio de los hermanos.

Todo laico, por su bautismo, renovado siempre concientemente, debería estar comprometido con Jesús.

Es como si me dijeran que un sacerdote o una religiosa no están comprometidos con Jesús.

El bautismo es la consagración cristiana, y de no renunciar al seguimiento de Jesús, se supone que lo hace comprometido por el mismo hecho de ser cristiano.

Y como consecuencia de este seguimiento de Jesús unido a Él es feliz.

Ahora bien, alguien me pregunta: “-¿Es pecado mortal no ser laico comprometido?”.

Y la respuesta es: Si eres laico cristiano, estás comprometido con tu Señór.
Sino, ni eres laico y por lo tanto tampoco comprometido.

Alguien que se estime cristiano en el mundo y con los quehaceres del mundo (familia, estudio, trabajo, deporte, etc.), no puede dejar de estar comprometido con el Reino de Jesús si se dice tal.

Por lo tanto, considerarse laico cristiano en el mundo y no comprometerse con Jesús ni con los hermanos en la edificación de la humanidad nueva, es llevar una vida pobre, frágil, débil, mediocre en su fe, esperanza y caridad.

No sé si será pecado mortal, depende de las acciones desordenadas que haga en su vida, pero sí que esta vida es chata y, posiblemente, poco feliz.


Gustavo Daniel D´Apice
Profesor de Teología
Pontificia Universidad Católica
http://es.catholic.net/gustavodnaiel
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viernes, 26 de marzo de 2010

La Semana Santa

La Semana Santa.


Es también llamada por los cristianos la Semana Mayor del Año, ya que en ella se actualizan los misterios de la salvación realizados por Jesús, el Hijo de Dios enviado por el Padre con el poder y la fuerza del Espíritu Santo.

Ella comienza el Domingo de Ramos, en el que Jesús entra en la ciudad de Jerusalén aclamado por sus seguidores, que agitan ramas y arrojan mantos a su paso, como el Rey esperado por los judíos como Mesías y Señor.

Ante este acontecimiento, las autoridades de su tiempo, deciden acabar con Él, y al no decidir los romanos sobre cuestiones religiosas para un enjuiciamiento civil que pueda llevarlo a la muerte, los jeques judíos no dudan en presentar su aspecto de “subversivo” contra el poder imperial.

Esto acarrearía un serio problema al entonces gobernador del lugar Herodes, ya que las sediciones judías tenían poco más que harto al emperador de Roma.

Especialista en Derecho, el administrador de justicia romano ve la inocencia de Jesús, pero ante la impaciencia del pueblo, incentivado por sus líderes religioso-políticos, decide que su suerte corra a voluntad de ellos que, eligiendo la libertad de Barrabás para esas fiestas pascuales, proponen la condena de Jesús.

Lunes, martes y miércoles santo son un acompañamiento de Jesús en este proceso judicial injusto, lleno de despedidas.

El jueves por la tarde, luna llena después del equinoccio de primavera, 14 del mes de Nisán judío, Jesús celebra la Pascua con sus discípulos. Todo padre de familia lo hacía con la suya. Era el recuerdo de la libertad a través del paso del Mar Rojo, cuando los israelitas conducidos por Moisés salieron de la esclavitud de Egipto.

En la liturgia católica, ha terminado la Cuaresma y se entra en el corazón celebrativo del año: El Triduo Pascual.

Terminada la cena eucarística en la que entrega su cuerpo y su sangre que al día siguiente ofrecerá en la Cruz, cruza el torrente del Cedrón para ir a orar al Monte de los Olivos.

Judas, en la Cena novedosa y trágica, ya había salido para entregarlo y señalarlo ante las autoridades religiosas judías.

En el Monte, pide la compañía cercana de Pedro, Santiago y Juan, aquellos que más participaron de sus andanzas por Palestina, y que contemplaron la Gloria de la Pascua anticipada en el Monte Tabor.

Vencidos por el sueño, ensayan una última defensa cuando Judas se aproxima con soldados y otros más para aprehenderlo.

Llevado, Jesús es juzgado como blasfemo (querer hacerse Dios siendo un hombre solamente) ante las autoridades religiosas, y condenado por tal.

Ante las autoridades civiles, cambian el cargo (irrelevante para los romanos), y lo acusan de atentar contra el poder del César emperador.

Toda la noche del jueves al viernes transcurre entre estas idas y venidas (“entre gallos y medianoche”), tratando de acusar y hacer condenar a Jesús a muerte, no sin torturarlo e infligirle numerosas torturas corporales, psicológicas y espirituales.

Finalmente, el viernes al mediodía se logra la condena y a las 3 de la tarde es ejecutado.

Lo acompañamos aquí también con distintas celebraciones, y quedamos expectantes ante la tumba en un silencio contemplativo y amoroso hasta el sábado al anochecer.

Allí se celebra la fiesta más grande y significativa del mundo católico, la Vigilia Pascual.
Se anticipa lo que sucedió al amanecer del domingo, cuando Jesús retorna glorificado con su mismo cuerpo, pero ya resucitado y novedoso, a la vida sin fin.
La Pascua durará litúrgicamente cincuenta días, aunque en la realidad ya es eterna.

Hemos entrado en el octavo día; Jesús, en la historia, se escapa de ella para ser contemporáneo de todo hombre, y esperar que también resucitados, podamos estar juntos y con Él, corporalmente, sin enfermedad, ni muerte ni dolor, en el Día de su Venida Final.

Gustavo Daniel D´Apice
Profesor de Teología
Pontificia Universidad Católica
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gusdada@uolsinectis.com.ar

La misión de San José

La misión de San José, Esposo de la Sma. Virgen María y Padre Virginal de Jesús.

(Fiesta litúrgica del 19 de Marzo) (Marzo, Mes de San José)

Previo al nacimiento de Jesús, en la concepción de éste, José tuvo su propia anunciación por medio del Ángel (Mt. 1,18-25), posiblemente Gabriel, el mismo que le anunció a María que sería la Madre del Mesías (Lc. 1, 26-38). Es pobre y ruin pensar que José quiso dejar su compromiso con María embarazada de Jesús, por la duda o la sospecha de que la Virgen hubiera tenido relaciones con alguien y haya quedado grávida por esa circunstancia.

Los habitantes de Nazareth eran pocos y se conocían bien. María, elegida por Dios desde su concepción para dar a su Hijo Divino una naturaleza humana perfecta, seguramente descollaría por sus buenas costumbres, sus virtudes, su simpatía, su belleza espiritual que resplandecería aún física y psicológicamente. Y esto no era desconocido para José ni para nadie. Era poco menos que imposible que, de repente, hubiera cambiado subrepticiamente y a escondidas, cayendo en fornicación o adulterio, cuando todo su movimiento era por el Espíritu Santo, que la había habitado desde su concepción inmaculada.

Más bien debemos ceñirnos a lo que acontece cuando hay una manifestación de Dios: Lo divino manifestado causa dos cosas en la persona: Lo primero, fascinación, asombro, extrañeza, admiración, sorpresa gratísima. Lo segundo, huída ante lo desconocido, no sentirse digno, pensar que no se está a la altura de lo que Dios pueda pedir. Esto es lo que aconteció con San José.

Ante la manifestación portentosa efectuada ante el anuncio del ángel a María, con la consiguiente encarnación del Hijo de Dios en su seno, asombrado y admirado pensó en dejar y apartarse de esta manifestación de Dios en ellos.

Algo parecido ocurrió con Moisés cuando Dios le habló desde una zarza que ardía sin consumirse (Ex. 3). Primero se acercó para ver ese hecho maravilloso de la zarza que, encendida en el fuego, no se consumía (Ex. 3,3). Y estaba admirado.

Luego Dios le habló desde allí (v.5). Y Moisés tuvo miedo. (v. 6b,11). Ahora María es la nueva zarza que arde en el fuego de Dios, y de ella sale la Palabra y la Virgen no se consume. Pero José, cercano a ella, se admira ante un espectáculo tan maravilloso, pero como Moisés, tiene miedo y quiere huir.

No es de extrañar que José tuviera las mismas prerrogativas que María: inmaculado en su concepción, siempre puro, padre virginal de Dios (cfr. Lc. 2,48), ascendido en cuerpo y alma glorificados a los cielos (ya hay ermitas cristianas católicas de Congregaciones religiosas dedicadas a la Asunción de San José); además, no hay por qué pensar que Jesús quisiera más a su madre que a su padre en la tierra..., y lo que hizo con ella no lo haya hecho con él.

No es de fe definida por la Iglesia, pera nada impide pensarlo. La josefología (el estudio orante y contemplativo de San José), avanza en ese sentido).

De lo contrario, más que una ayuda, hubiera sido una preocupación para la Sagrada Familia. Y, de ser pecador, hubiera dejado una secuela negativa en la formación psicológica del niño de Belén y Nazareth, como pasa, sin ser idealistas, con nuestros padres, a pesar de que cada uno piense que tiene los mejores del mundo.

¿Se lo imaginan: A más de las peripecias vividas por Jesús, María y José, que la Madre y el Hijo hubieran tenido que luchar por la conversión del Esposo y Padre virginal de la familia nazaretana? Parece obvio que no.

Gustavo Daniel D´Apice
Profesor de Teología Pontificia Universidad Católica
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