viernes, 26 de marzo de 2010

La misión de San José

La misión de San José, Esposo de la Sma. Virgen María y Padre Virginal de Jesús.

(Fiesta litúrgica del 19 de Marzo) (Marzo, Mes de San José)

Previo al nacimiento de Jesús, en la concepción de éste, José tuvo su propia anunciación por medio del Ángel (Mt. 1,18-25), posiblemente Gabriel, el mismo que le anunció a María que sería la Madre del Mesías (Lc. 1, 26-38). Es pobre y ruin pensar que José quiso dejar su compromiso con María embarazada de Jesús, por la duda o la sospecha de que la Virgen hubiera tenido relaciones con alguien y haya quedado grávida por esa circunstancia.

Los habitantes de Nazareth eran pocos y se conocían bien. María, elegida por Dios desde su concepción para dar a su Hijo Divino una naturaleza humana perfecta, seguramente descollaría por sus buenas costumbres, sus virtudes, su simpatía, su belleza espiritual que resplandecería aún física y psicológicamente. Y esto no era desconocido para José ni para nadie. Era poco menos que imposible que, de repente, hubiera cambiado subrepticiamente y a escondidas, cayendo en fornicación o adulterio, cuando todo su movimiento era por el Espíritu Santo, que la había habitado desde su concepción inmaculada.

Más bien debemos ceñirnos a lo que acontece cuando hay una manifestación de Dios: Lo divino manifestado causa dos cosas en la persona: Lo primero, fascinación, asombro, extrañeza, admiración, sorpresa gratísima. Lo segundo, huída ante lo desconocido, no sentirse digno, pensar que no se está a la altura de lo que Dios pueda pedir. Esto es lo que aconteció con San José.

Ante la manifestación portentosa efectuada ante el anuncio del ángel a María, con la consiguiente encarnación del Hijo de Dios en su seno, asombrado y admirado pensó en dejar y apartarse de esta manifestación de Dios en ellos.

Algo parecido ocurrió con Moisés cuando Dios le habló desde una zarza que ardía sin consumirse (Ex. 3). Primero se acercó para ver ese hecho maravilloso de la zarza que, encendida en el fuego, no se consumía (Ex. 3,3). Y estaba admirado.

Luego Dios le habló desde allí (v.5). Y Moisés tuvo miedo. (v. 6b,11). Ahora María es la nueva zarza que arde en el fuego de Dios, y de ella sale la Palabra y la Virgen no se consume. Pero José, cercano a ella, se admira ante un espectáculo tan maravilloso, pero como Moisés, tiene miedo y quiere huir.

No es de extrañar que José tuviera las mismas prerrogativas que María: inmaculado en su concepción, siempre puro, padre virginal de Dios (cfr. Lc. 2,48), ascendido en cuerpo y alma glorificados a los cielos (ya hay ermitas cristianas católicas de Congregaciones religiosas dedicadas a la Asunción de San José); además, no hay por qué pensar que Jesús quisiera más a su madre que a su padre en la tierra..., y lo que hizo con ella no lo haya hecho con él.

No es de fe definida por la Iglesia, pera nada impide pensarlo. La josefología (el estudio orante y contemplativo de San José), avanza en ese sentido).

De lo contrario, más que una ayuda, hubiera sido una preocupación para la Sagrada Familia. Y, de ser pecador, hubiera dejado una secuela negativa en la formación psicológica del niño de Belén y Nazareth, como pasa, sin ser idealistas, con nuestros padres, a pesar de que cada uno piense que tiene los mejores del mundo.

¿Se lo imaginan: A más de las peripecias vividas por Jesús, María y José, que la Madre y el Hijo hubieran tenido que luchar por la conversión del Esposo y Padre virginal de la familia nazaretana? Parece obvio que no.

Gustavo Daniel D´Apice
Profesor de Teología Pontificia Universidad Católica
http://es.catholic.net/gustavodaniel
http://gustavodnaiel.autorcatolico.org
gusdada@uolsinectis.com.ar

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